Por Beniezu
Las garras del Imperio llevan muchas décadas rasgando el territorio venezolano, intentando siempre apoderarse de sus grandes tesoros, el más codiciado su petróleo. Pero Venezuela tiene también un gran tesoro, este en forma de enormes energías humanas chavistas y que con este proceso constituyente se va fortalecer en aquellas tan necesarias armas de la organización concienciación y determinación de crecer y organizarse como pueblo libre justo y soberano. Es por esta causa que el imperialismo codicioso, junto a sus vasallos están atacando con tanta saña a la Revolución bolivariana venezolana. ¿ Y con qué amas ¿ Con la mentira mediática , el terrorismo, la corrupción el engaño y la inyección de grandes capitales como “argumento convincentes para comprar voluntades para derrotar a un pueblo con el fin de robarle sus tesoros peroleros. Esto que parece tan simple es así de claro y conciso. Pero claro la mediática canalla y los políticos corruptos y serviles al poder del Imperio nos contaran que lo que ocurre en Venezuela es la lucha del pueblo contra un “dictador” elegido democraticamente. Una mentira, que aunque no tenga el menor fundamento se basa en la manipulación mediatica. Una mentira si se repite una y mil veces acaba convenciendo a aquellas mentes que previamente ya están siendo preparadas para un papanatismo compulsivo. (1)
Triste pero es una cruda realidad en estos tiempos donde
las técnicas de las “Guerras de IV Generación” están haciendo estragos entre
una población la mayoria de las veces desarmada de formación política.
(1) https://beniezuma.blogspot.com.br/2017/07/el-papanatismo-politico-como-modus.html
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¿Quién teme a la Constituyente venezolana?
Por Ángeles Diez
Mariano Rajoy teme a la Constituyente venezolana. Felipe González y Jose María Aznar, Albert Rivera y Pedro Sánchez, hasta el calculador Pablo Iglesias teme a la Constituyente. La oposición golpista venezolana y Donald Trump temen a la constituyente. Los empresarios venezolanos que especulan con la comida del pueblo, las hordas de jóvenes desclasados y bien pertrechados que queman a chavistas, los intelectuales orgánicos, los que callan, los que otorgan, los paraperiodistas que no paran de disparar a las audiencias europeas. Todos sienten que se les acaba el tiempo para torcer el brazo a la revolución bolivariana.
Hay muchos y distintos tipos de miedos que
atraviesan el ámbito de la política. El miedo a un proceso constituyente es
parecido al miedo que históricamente ha aterrorizado a las oligarquías cuando
avizoran una posibilidad revolucionaria por pequeña que esta sea. A veces, es
un miedo irracional pues hay pueblos sumisos y doblados por el talón de hierro
capitalista que no guardan rescoldo alguno de rebelión. Pero eso no importa ni
al orondo y clásico burgués, ni al joven tiburón especulador. Si hay una remota
posibilidad de que ese pueblo despierte ahí estarán, la amenaza terrorista, las
leyes mordaza, el caos tercermundista y la crisis económica que todo lo
explica. El miedo de las élites europeas a los procesos constituyentes tiene
mucho de terapia preventiva, es un “por si acaso mejor prevenir que curar”.
El miedo del imperialismo estadounidense es otro
tipo de miedo. Es el histórico miedo del esclavista a que los esclavos dejen de
cultivar la tierra y se liberen, es el miedo del colono a un ataque de los
indios sobrevivientes. Es el miedo a que los asesinados, los desaparecidos, los
torturados y los saqueados latinoamericanos reclamen justicia. A que el retrato
del imperialista salga a la luz y se vea nítidamente y sin máscara su
democracia realmente existente. Donal Trump y antes Barak Obama temen que
América Latina deje de ser un patio trasero donde hacer ricos negocios que
oxigenen la economía estadounidense.
El miedo español es un miedo neofranquista y tiene
su origen en una Constitución sin Asamblea Constituyente. La historia de
nuestra Constitución es la historia de un apaño, de una componenda entre
las élites franquistas y las nuevas élites socialistas y nacionalistas, ambas
conectadas por finos hilos geoestratégicos a los intereses estadounidenses.
No hubo pueblo español, ni vasco, ni catalán, ni
siquiera franquista que participara en la elaboración de la Constitución
española de 1978. Las elecciones del 15 de abril de 1977 no fueron para elegir
a una cámara constituyente que elaborara ninguna constitución. Fue la Ley de
Reforma Política (15 diciembre de 1976), aprobada por las Cortes Franquistas la
que sentaba las bases para elegir a unos parlamentarios que a su vez designaran
una Comisión de Asuntos Constitucionales compuesta por sólo 7 miembros
repartidos entre comisionados de probado curriculum franquista como el ministro
de Información y turismo Manuel Fraga Iribarne o Miguel Herrero y Rodríguez de
Miñón, letrado del Consejo de Estado y Secretario General técnico del
ministerio de Justicia; y comisionados vinculados al emergente y ambicioso PSOE
como el abogado Gregorio Peces-Barba o Jordi Solé Turá. Después, sólo después
de que la lápida del consenso enterrara la esperanza de recuperar la democracia
republicana se hizo un referéndum legitimador.
Para la reforma constitucional del 2011 tampoco hubo
necesidad de preguntar al pueblo, y eso que el artículo a reformar, el 135, era
nada menos que aquel que obliga a cualquier gobierno, sea del signo que sea, a
priorizar el pago de la deuda antes que cualquier otro gasto del Estado,
primero la bolsa y luego la vida. Quince días para maniatar al próximo gobierno
y ni siquiera un referéndum de ratificación ¿Por qué había de opinar el pueblo
si ya opinan sus representantes? ¿Por qué preguntar si las respuestas venían
dadas desde la troika europea?
¿A qué se debe que las Constituciones den tanto
miedo y los procesos constituyentes mucho más?
La Constitución es la regla básica que fundamenta y
ampara el sistema jurídico de un país así como el funcionamiento de las
instituciones y poderes de un Estado. Se suele decir que es la ley de leyes.
Las constituciones establecen los marcos jurídicos pero a su vez éstos
implican una redefinición del Estado y de la fuente de la soberanía.
Cuando son el resultado de procesos constituyentes suponen la incorporación de
los ciudadanos a la discusión, elaboración y ratificación de la constitución,
caso que se dio en Venezuela en 1999; estamos hablando de procesos en los que
hay una ratificación popular del contrato social en la que los ciudadanos
establecen y aprueban los instrumentos concretos para el ejercicio del poder
del Estado y sus instituciones. Es algo así como si los ciudadanos participaran
en la elaboración de los instrumentos que puede utilizar el Estado para gobernar
y al mismo tiempo dijeran qué herramientas no pueden ser utilizadas.
Las constituciones otorgan poder al Estado pero
también limitan el ejercicio de ese poder.
Las clases populares, siendo la fuente de poder en
el proceso Venezolano, se convirtieron también en 1999 en fuente de derecho
pues no se limitaron solo a votar una constitución previamente elaborada por
juristas o comisionados no electos, sino que participaron activamente en la
elección de los encargados de elaborar el articulado de la Constitución y
también en discutir y debatir sobre las propuestas que éstos realizaban.
Cada Constitución, dice el constitucionalista
Roberto Gargarella, trata de responder a uno o varios problemas, o lo que es
igual, trata de remediar algún mal; nos dice: “las Constituciones nacen
habitualmente en momentos de crisis, con el objeto de resolver algún drama
político-social fundamental”1
Ya
estamos en la "Guerra de IV Generación"
La Constitución de 1999 en Venezuela vino a resolver
tres problemas básicos: la incorporación de los sectores populares a las
tareas de gobierno, es decir, convertir a estos sectores en sujetos políticos
protagónicos, en segundo lugar, recuperar la soberanía sobre los recursos
naturales (especialmente el petróleo), y en tercer lugar, resolver el drama de
la desigualdad social.
La movilización social, el cambio de correlación de
fuerzas y la acumulación de poder social fueron el punto de partida de las
nuevas Constituciones latinoamericanas tanto en Venezuela como en Ecuador o en
Bolivia; y también la crisis del modelo de acumulación capitalista en estos
paises.
Pero esa recuperación de la soberanía popular que
significó la Constitución de 1999 sólo podía estabilizarse con la mejora de las
condiciones de vida al tiempo que se desarrollaba una cultura política de
participación real y efectiva. Ambos procesos, mejora económica y
participación política, son los que han dado y dan legitimidad al gobierno
bolivariano. Son las bases del poder popular que derrocó al golpe contra el
gobierno bolivariano en el 2002.
Dieciocho años después de esa Constitución, ha
habido 24 procesos electorales, se ha avanzado en casi todos los indicadores
sociales (educación, desarrollo, vivienda, salud…), como demuestran los datos
de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) de Naciones Unidas. Pero
el contexto nacional e internacional han cambiado. A pesar del avance en
cultura democrática y participación –o precisamente por ello-, el gobierno de
Nicolás Maduro perdió la mayoría de la Asamblea Nacional que ahora se encuentra
en manos de la llamada “oposición venezolana” –un conglomerado de más de 20
partidos unidos sólo por el odio al gobierno bolivariano2, una
Asamblea que además sesiona en desacato. La llamada oposición y las oligarquías
empresariales han emprendido una hoja de ruta que, como en la Chile de Allende,
trata de reventar la economía (inflación inducida, embargo comercial
encubierto, bloqueo financiero internacional), someter por hambre a las clases
populares (boicot en el suministro de bienes de primera necesidad,
desabastecimiento programado), bloquear las instituciones, tomar las calles con
la violencia extrema, crear un gobierno paralelo y finalmente, si no se derroca
al gobierno bolivariano ni se quiebra al ejército bolivariano, habrá creado las
mejores condiciones para una intervención humanitariamente armada.
Tal vez no a través de la IV Flota estadounidense
próxima a las costas venezolanas, pero como declaró hace apenas unos días
Michael Richard Pompeo, director de la Agencia Central de Inteligencia de
Estados Unidos (CIA), se trabaja con los gobiernos de Colombia y México para
evaluar las maniobras necesarias para lograr un cambio de gobierno en Venezuela3.
Internacionalmente la región latinoamericana ha
sufrido un retroceso provocado por la derrota del gobierno progresista de
Cristina Kirstchner, los golpes parlamentarios en Brasil (2016) y Paraguay
(2012), precedidos por los Golpes de Estado de Haití (2004) y Honduras (2009).
La integración regional se ha ralentizado por los Estados más afines a Estados
Unidos, como Colombia o México. La OEA (Organización de Estados Americanos)
vuelve a ser esa organización internacional instrumentalizada por el imperio
contra los gobiernos latinoamericanos díscolos.
También a escala global el imperio estadounidense y
sus aliados tienen sobre sus cabezas la espada de Damocles de una crisis
económica que sólo resuelven aumentando la presión y la desposesión de sus
poblaciones (saqueo de lo público, austeridad, recortes, precarización…).
Llevar la guerra a cualquier parte del mundo donde haya algo que saquear,
recuperar cuotas de influencia frente a Rusia o China y disciplinar a sus
propias poblaciones, se hace urgente y necesario. Así, apoyar a las llamadas
oposiciones, moderadas, armadas o de colores es la única política internacional
realista para las necesidades imperiales.
Ante este nuevo contexto nacional e internacional, el
Poder electoral venezolano, a propuesta del Presidente (de acuerdo con el
artículo 348 de la Constitución) ha convocado elecciones para una Asamblea
Nacional Constituyente el 30 de julio. No hay constitución que aguante
tamaña embestida.
Cada venezolano podrá votar una vez territorialmente
y una vez por el sector y subsector que le corresponda. Los comisionados
electos tendrán que reformar la Constitución de 1999 para tratar de resolver
esta vez los siguientes graves y nuevos problemas que se resumen en 9 temas
propuestos para la reforma: 1) Constitucionalizar las Misiones (salud,
vivienda, educación…) creando un sistema público que garantice por ley los
avances sociales, 2) dotar de instrumentos más eficaces para defender la
soberanía nacional y el rechazo al intervencionismo, 3) constitucionalizar las
comunas y consejos comunales para hacer de la participación un requisito
democrático, 4) crear instrumentos jurídicos y penitenciarios para luchar
contra la impunidad, el terrorismo y el narcotráfico, 5) caminar hacia un
sistema económico menos dependiente del petróleo, 6) luchar contra el cambio
climático y el calentamiento global, 7) favorecer los procesos de paz,
reafirmar la justicia y aislamiento de los violentos, 8) Desarrollar los
derechos y deberes sociales, 9) una nueva espiritualidad cultural y
venezolanidad, garantizar el carácter pluricultural y la identidad cultural.
El miedo a la constituyente venezolana se ha
convertido en pánico en las pantallas.
Los paraperiodistas
dan diariamente el parte de guerra: 80, 90, 100 muertos, 20,30, 40 heridos.
¿Quiénes eran, a manos de quién, estaban en la manifestación?,-detalles
irrelevantes-; huelga general, 70%, 90% de seguimiento –¿quién da esas cifras,
están comprobadas? –detalle irrelevante-; nueva manifestación que es reprimida
violentamente; ¿por qué es reprimida, en qué consiste la represión de la
policía si solo vemos manifestantes tapados que arrojan cócteles y disparan
morteros? – detalles irrelevantes. Qué extraña “dictadura” la venezolana donde
los periodistas nacionales e internacionales campan a sus anchas por las calles
grabando la “represión policial”. Paraperiodistas que solo beben de las
fuentes de la oposición, que no desaprovechan la oportunidad de disfrazarse de
reporteros de guerra, que nunca entrevistan al pueblo bolivariano, que repiten
cual papagayos las consignas de la llamada “oposición”.
Todo
vale en la propaganda de guerra, quien paga manda. Elparaperiodista
está siempre del lado correcto, el del empresario, el del gobierno si es un
medio nacional, como televisión española, y si el gobierno español se ha
pronunciado declarando enemigo al gobierno venezolano, pues ellos están ahí
sirviendo a la patria.
Los paraperiodistas españoles tienen un serio
entrenamiento: descubrieron armas de destrucción masiva en Iraq, nos
convencieron de que para quitar el burka a las afganas había que facilitar a
USA la intervención, justificaron el bombardeo de la OTAN en Yugoslavia, el
asesinato de Gadafi, el golpe de Estado del 2002 en Venezuela, han apoyado a la
más que moderada, moderadísima oposición siria, en fin, una probada fidelidad a
las Agencias de información y a las orientaciones imperiales. Lástima que según
un informe de la Universidad de Oxford de 2015, de los 11 países consultados en
Europa, los medios de comunicación españoles son los menos creíbles y los
segundos menos creíbles de los 12 países estudiados a nivel mundial.
Sin embargo, hay quienes no temen a la Constituyente
venezolana, es más, hay quienes la defienden incluso a riesgo de su vida. Es el
pueblo venezolano, son las clases populares que no se han dejado engañar ni
amedrentar. Es el pueblo que rinde homenaje a la memoria de su comandante que
les colocó en la historia. Son los que recibieron educación, libros gratis,
vivienda, salud,… No temen a la constituyente los líderes barriales, los
obreros, los dirigentes, miles de venezolanos que se postulan para servir a su
pueblo.
Nadie que conozca la historia reciente de Venezuela,
nadie que conozca los planes imperiales, nadie que haya soñado alguna vez con
que en su país le hubieran dejado participar en un proceso constituyente, puede
temer a la Constituyente venezolana.
* Ángeles Diez es Doctora en CC. Políticas y
Sociología, profesora de la Universidad Complutense de Madrid.
3 CIA,
Colombia y México quieren derrocar a Maduro: canciller de Venezuela,http://www.elespectador.com/noticias/el-mundo/cia-colombia-y-mexico-quieren-derrocar-maduro-canciller-de-venezuela-articulo-704678
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